Hubo un tiempo en el que me sentí desubicada por no encajar en lo experto que ahora están importando.
Estoy en esa época de la vida donde estoy a punto de “empezar a vivir” (comillas, porque siento que es una gigante falacia) y por eso debo escogerlo bien.
Les presento la balanza incongruente. En breve verán porque la llamo así.
En un lado está lo que más necesito: que es dinero, poder, reconocimiento, orgullo de mis padres.
Esta genera conflicto desde muchos ámbitos, debido a que, según mi poco criterio, el dinero no lo es todo, para mí. Jamás me ha resultado la fuente de mi felicidad, más esto no quiere decir que he nacido con una cuna de oro. Todo lo contrario, desde mis vagos recuerdos de la infancia ha sido fuente de sacrificio y preocupación entre mis padres, mi familia y tal vez me pueda anotar en esa lista, pero como acabo de expresar, mis situaciones (en general) siempre las admiraba positivamente.
Por lo tanto, para poder vivir bien, necesito crear el sustento potencial que mi futura familia y yo necesitamos. Esto conlleva a las voces “asistentes” que hacen lo posible por ayudarte a enseñarte el camino.
Estas voces hay de todo tipo, en todas partes, porque todos se estiman críticos factibles de opinar. Los he escuchado a todos, y cada uno de sus pistas las he tomado y masticado lentamente, tratando de no atorarme con los huesos de “no me gusta…" , y los he considerado.
Lamento el hecho de encapricharme con una idea nociva de querer solucionar las cosas antes de que el problema suceda, mucho antes. Y anhelo el día en el cual el problema ese mirándome a los ojos, un paso frente a mí, y yo pueda golpearlo en la cara, desvanecerlo rápidamente.
Entonces las uñas se muerden, la piel se saborea inconscientemente, se corta, se cocina, se golpea, se azota, el cuerpo tiembla por momentos, la mente decide irse a dar una vuelta en la montaña rusa, dejando a los sentimientos débiles al mando y al corazón le da por galopar.
Ansiedad, la conocen.
Es extraño ansiar el día de tu muerte. Pero no voy a mentirte, querido lector. Desde los 12 la he ansiado cada vez que me cuentan las leyendas urbanas de la vida real.
Por eso, les presento la otra parte de la balanza:
En esta se encuentran mis deseos, pasiones, amores, sentimientos, bailes, músicas, brillo, flores.
Siempre me he inclinado por la menos indicada.
Sin embargo, una vez conseguí olvidarme de esta parte, concentrándome en la factible. Cabe decir que me sentí más vacía y muerta que flor sin agua ni sol.
Fueron horribles meses los que pase, dejando de escribir, dejando de reír con los que me inspiran a respirar, dejando de vivir por preocuparme por el enorme monstruo que se viene, a pasos lentos.
No obstante un día, en ese tiempo, decidí volver a salir, y volver a sentir la brisa alegre de uno de mis allegados, este me mencionó “¿cuándo fue la última vez que te sentiste así de libre?”
Me preocupó no saber la respuesta, no obstante, no mucho más como cuando me vi llorando con un terremoto en mi cuerpo, sintiéndome la cosa más espantosamente inútil que pudo haber nacido.
Desde ahí volví. A acariciar el teclado, a tomar el lápiz sin preocuparme por los números o las palabras que deban salir a la fórmula que me dan. Deje de prestar la máxima atención a los tips de los pájaros “sabios, que quieren lo mejor para mí”
Y volví a casa. A mi lugar seguro, a mi mundo. A terminar de crearlo.
Recordé el camino, había estado varada por querer conocer rápido los recovecos que el tiempo y la vida se van a empeñar en poner, de este modo que volví a mi camino, y esperaré a pisar el filo real, para saltar con los ojos cerrados, y probar suerte.
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